La desinformación supone una de las grandes amenazas para las democracias hoy en día. Daniel Iriarte, profesor del Curso de Prevención y Seguridad para Zonas Hostiles o de Guerra y del Máster Profesional de Analista de Inteligencia de LISA Institute, explicó durante la Masterclass “Inteligencia y Desinformación en la Guerra Híbrida de Rusia-Ucrania” cómo podría abordarse la lucha contra este fenómeno.
Sí, es posible vencer a la desinformación, pero siempre mediante una combinación de varios factores. El primer factor a tener en cuenta sería el de disponer de información veraz e inteligencia adecuada. Esto es algo fundamental, ya que nunca podremos combatir las mentiras si no sabemos cuál es la verdad.
El segundo factor sería la voluntad política. El intento de luchar contra la desinformación tiene siempre un coste político, y también económico. Por ejemplo, en España se pudo ver cómo cuando el Gobierno intentó crear una comisión de lucha contra la desinformación e, inmediatamente, esto fue calificado por la oposición como el “ministerio de la verdad” que iría exclusivamente a favor del Gobierno. Con lo que finalmente se echaron atrás y esa supuesta Comisión o institución ha quedado en nada, es decir, en este caso para combatir la desinformación ha faltado voluntad política.
Para luchar contra la desinformación, es imprescindible también la transparencia. Es muy importante el conocimiento de los métodos del adversario. En este caso, ¿por qué ha funcionado tan bien la lucha contra la desinformación rusa? Básicamente, porque Rusia no ha variado sus métodos en diez años; es decir, sigue utilizando las mismas técnicas que utilizó anteriormente. Por ejemplo, con el derribo del avión MH-17, el intento de envenenamiento del ex espía ruso Serguéi Skripal en Reino Unido, o el de Alexei Navalni.
Rusia, siempre que ha llevado a cabo una acción de este tipo, ha empleado técnicas muy parecidas. En estos diez años se han estudiado mucho las técnicas de guerra híbrida y de desinformación rusas y eso ha permitido desarrollar estrategias para confrontarlas eficazmente. Sin embargo, hay que destacar que para esto hace falta tiempo, inversión, personas que hagan ese trabajo de estudio, de análisis y de elaboración de propuestas.
Por último, un trabajo también muy importante lo hace la educación y concienciación de la sociedad. Otro de los motivos por los que, por lo menos en Europa y en Estados Unidos, no ha calado la narrativa rusa prácticamente nada, es porque la mayoría de la gente ya es consciente de lo de qué tipo de información, o más bien de desinformación, venden medios como RT y Sputnik. Saben que no son fiables, que están totalmente dirigidos. Cuando ocurrió la anexión de Crimea en 2014, por ejemplo, ese no era el caso.
Por aquel entonces determinadas narrativas podían permear de manera más sencilla determinados argumentos y podrían tener más eco entre la sociedad, pero ahora mismo cuando uno conoce el origen y sabe de dónde la información, es diferente. Por lo menos las sociedades europeas que están muy escarmentadas después de varios intentos de interferencia rusa en, por ejemplo, varios procesos electorales y son bastante más escépticas respecto a este tipo de prácticas.
¿Cuáles son las causas del aumento de la desinformación?
La pregunta es bastante compleja y tiene muchas respuestas. En primer lugar, se da una crisis general de la credulidad de la prensa. En general, en los años 70, había un cierto respeto hacia los medios de comunicación tradicionales y los famosos “gatekeepers” (personas que seleccionaban qué información era noticiosa y relevante), mientras que en la actualidad, el descrédito de la profesión periodística es bastante elevado en términos generales.
Por otra parte y en paralelo se ha producido la explosión de las redes sociales, es decir, herramientas que permiten democratizar el discurso (que no necesariamente la información). Ahora mismo cualquiera puede expresar cualquier idea de sociales y tener en muchas ocasiones más impacto que, incluso, un periodista reputado.
Este caldo de cultivo, además, ha sido aprovechado por muchos Estados que han invertido en prácticas que fomentan la falta de rigurosidad informativa. Al final, la desinformación es un arma de desestabilización muy eficaz y a la vez muy barata, que necesita de muy pocos recursos y que tiene la capacidad de generar debates muy serios en países considerados como “rivales”.
Es curioso que también que para Rusia los países de la Unión Europea y de la OTAN son “enemigos” en cierto modo, pero España en sí, por ejemplo, no se encuentra dentro de las prioridades para Rusia. Esto no quita para que no vaya a aprovechar cualquier oportunidad de desestabilizarlo como ocurre en Cataluña.
Uno de los malentendidos más generalizados con respecto a estas prácticas de injerencia rusas es que Rusia no genera los conflictos, sino que identifica cuáles son los conflictos que más dividen a las sociedades y los explota al máximo.
En el caso de España, no es que a Rusia le interese particularmente una Cataluña independiente, pero sabe que eso divide a la sociedad española. De manera que, todo lo que pueda amplificar e incentivar esa división, lo hace. En España lo ha hecho también con el debate sobre el encarcelamiento de Pablo Hasél, otro tema muy polémico en el país.
En Francia se ha centrado en los chalecos amarillos, en Alemania con los nacionalistas del Covid-19 y en Canadá con el famoso “convoy de la libertad”. En definitiva, es siempre el mismo patrón: identificar el tema más conflictivo y tratar de amplificarlo.
De hecho, el ejemplo ruso ha sido tan exitoso en los últimos años que está siendo imitado por muchos otros actores como Irán, que tiene su propio brazo de desinformación, China o Corea del Norte. Pero muchos otros lo utilizan aunque con una estrategia diferente: en vez de centrarse en el exterior lo utilizan de modo interno para mantenerse en el poder atacando, por ejemplo, a la oposición como ocurre en Azerbaiyán, Turquía, Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos.
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