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¿Qué nos depara el fin de la postguerra fría?

Análisis

Macarena Stampa García
Macarena Stampa García
Carrera Diplomática. Alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute. Graduada en Relaciones Internacionales, la geopolítica, la seguridad y la inteligencia son las principales áreas en las que trabaja como analista, a sabiendas de que los retos que afrontamos ante la creciente competencia geoestratégica, requieren de análisis objetivos que permitan entender los cambios que se están gestando en la escena internacional.

El análisis geopolítico del ayer y del hoy resulta vital para comprender el mañana. En este análisis la alumna del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Macarena Stampa, expone los elementos que definirán en gran medida el equilibrio de poder mundial.

La escena internacional se encuentra en plena mudanza. Desde hace algunos años, asistimos a una reestructuración geopolítica y geoestratégica sin parangón en las últimas tres décadas, ahora perfiladas como un paréntesis en la historia. El orden posterior a 1989 está aquejando dos grandes males: por un lado, la pérdida de legitimidad, que se extiende al orden mundial posterior a la II Guerra mundial y, por el otro, la emergencia de nuevos polos de poder que reclaman un cambio del statu quo. A todo ello se suma un contexto social convulso que, allí donde se mire, está transformando la escena político-ideológica.

A principios del siglo XX, el politólogo sueco Rudolf Kjellén acuñó el término «geopolítica». En su concepción inicial, se definía como el estudio de la influencia de la geografía en las relaciones internacionales, en las relaciones de poder. Hoy, el análisis geopolítico del mundo resulta vital para comprender hacia dónde vamos. En términos geopolíticos, encontramos al menos tres elementos que definirán en gran medida el equilibrio de poder mundial: el territorio, el clima y los recursos.

Desde la perspectiva territorial, la gran pregunta que se plantea hoy a nivel internacional gira en torno a si Asia relevará al eje euro-atlántico como centro de poder mundial del siglo XXI. China, de la mano de Xi Jinping, se ha consolidado en la última década como potencia regional incontestable, posición que lo está catapultando a la cabeza del poder mundial. El crecimiento y el desarrollo socioeconómico del gigante asiático, lo colocan como una de las principales potencias del concierto económico mundial.

Como segunda potencia económica y primera en términos de comercio e inversión, ha sabido acompañar su estrategia de crecimiento de una intensa actividad diplomática y de un poder blando que extiende hoy sus tentáculos desde el sudeste asiático, hasta América Latina, África o los países del Golfo. Sin olvidar los lazos entre China y Rusia, así como la voluntad declarada de ambos países de impulsar un cambio en el orden mundial.

Mientras Pekín se cuida de condenar la acción de Moscú con la invasión de Ucrania —que ha supuesto el retorno del realismo y de la geopolítica al continente europeo— no pierde de vista a Taiwán. Tampoco duda en mostrar su poder mediante exhibiciones como la que se ha visto en respuesta a la reunión de la presidenta Tsai Ing-wen con el presidente de la cámara de representantes estadounidense, Kevin McCarthy.

Junto a China y su alianza con Rusia, nos encontramos en el tablero asiático con la India. Otrora la perla del imperio británico, hoy se está erigiendo como la perla del equilibrio de poder mundial. Si bien su proyección exterior va a la zaga, la presidencia del G-20 que ostenta en este 2023, está dando un nuevo empuje a la India. Además de que todo apunta a que ya es el primer país del mundo por población, se está consolidando como una potencia de equilibrio en pleno ascenso tanto en lo político como en lo económico.

Más allá de la cuestión de cuál será el centro de poder mundial del futuro, otro gran elemento a tener en cuenta en el análisis geopolítico son los recursos. Al margen de cuestiones económicas, existe una serie de recursos, considerados estratégicos, que juegan un rol decisivo en las dinámicas de poder mundial. No hay más que ver las consecuencias que ha tenido la dependencia energética de la Unión Europea en el gas y petróleo rusos.

Este ejemplo nos muestra las dos caras de una misma moneda: la cara del que posee los recursos y la cruz de quien depende de ellos. A raíz de la guerra en Ucrania, se ha visto cómo los recursos energéticos son un factor clave en las relaciones internacionales como moneda de cambio, como cuestión securitaria esencial, y con una repercusión socioeconómica directa y de gran calado.

Sin embargo, más allá del ámbito energético, es necesario analizar también el resto de recursos que influyen tanto en la política internacional, como en la seguridad y bienestar de la población. Hoy la geopolítica no se puede entender sin tener en cuenta el cambio climático.

Este, por lo pronto, apunta al deshielo del Ártico y, con ello, a la apertura de un nuevo espacio geopolítico. Un nuevo espacio marítimo, para ser más precisos. Por un lado, abrirá nuevas rutas, esenciales para países como Rusia. Por el otro, cuenta con yacimientos que sin duda, serán objeto de disputas entre los Estados ribereños, hoy reunidos en el Consejo Ártico.

Por supuesto, los efectos de la crisis climática exceden cualquier mención simplista que se pueda hacer. Sin embargo, es importante recordar que todo apunta a que los países más vulnerables serán aquellos que ya hoy encuentran dificultades en lo que a estabilidad, prosperidad y desarrollo se refiere. Regiones como África subsahariana, que se prevé concentre el gran crecimiento demográfico de este siglo, serán de las más damnificadas.

Allí, los gobiernos carecen de medios para luchar contra una crisis climática de la que, además, es culpable una industrialización de la que ellos no han sido protagonistas aún. Y en segundo lugar, la población, depende en su mayoría de un medio rural cuyos recursos y subsistencia están amenazados. Teniendo en cuenta que la pobreza rampante y la inseguridad alimentaria se han multiplicado como consecuencia de la guerra en Ucrania, el bloqueo a las exportaciones de grano, la inflación y los problemas en las cadenas de suministro, se puede afirmar que el reto es superlativo.

Vivimos en un mundo profundamente interconectado, tanto es así que aunque no haya guerras mundiales, las guerras están intrínsecamente mundializadas. También esta crisis climática y sus efectos tienen un alcance global que más allá de la geopolítica, abre una nueva dimensión en el marco de la seguridad internacional y respecto de la supervivencia de numerosos Estados archipelágicos que ya están poniendo el clima en el centro de su diplomacia.

La postguerra fría más allá de la geopolítica

Dejando de lado la geopolítica, es imposible entender las dinámicas de poder mundial y tratar de esclarecer el futuro, sin tener en cuenta la dimensión político-ideológica, que hoy trasciende las fronteras del Estado-nación.

En los últimos años, hemos visto hasta qué punto las preocupaciones y aflicciones que nos ocupan en Europa no están tan lejos de las que preocupan en América Latina u Oriente Medio. El movimiento de los chalecos amarillos francés surgió como reacción a la subida de los precios del combustible. En Chile fue la subida del precio del metro. A lo largo de los últimos meses hemos visto protestas en Irán o en China, países que no se caracterizan por la libertad de expresión.

Se mire donde se mire, hay un malestar social compartido que tiene como elemento catalizador la tecnología y las redes sociales. Como resultado, para el sociólogo Luis Miller, vivimos un triple proceso de polarización: ideológica, afectiva y socio-territorial. El añadido de la pandemia ha exacerbado una desigualdad social y una pobreza fácilmente identificables dentro los países y entre ellos.

En Europa se está produciendo la erosión de las clases medias. En países de renta más baja, como los del Magreb, la presión demográfica de una juventud que por debajo de 30 años supera el 60%, está teniendo consecuencias similares. La quiebra de la clase media y la falta de perspectivas de futuro de los jóvenes conduce a una nueva geografía social donde la desigualdad ha originado un vaciamiento del centro político. En consecuencia, resurgen los extremos ideológicos, poniendo en riesgo la estabilidad interna de los países, lo que sin duda tiene importantes repercusiones a nivel internacional.

En este plano, estamos confrontados a una vieja pugna: democracia frente a autocracia. Esta dicotomía apunta al retorno a la lógica de bloques de la Guerra Fría, que se exacerba dado el marco geopolítico anteriormente analizado. En cambio, esta vez no se trataría de un orden bipolar. Primero, dado que todos los actores están hoy vinculados inevitablemente por la globalización económica, la pugna parece ceñirse únicamente al plano de la ideología política.

Y es que aunque la crisis en las cadenas de suministros globales y el auge del proteccionismo han hecho que se hable de desglobalización, esta, a medio plazo, es difícil de imaginar. Lo que sí parece claro, es que los lazos económicos ya no son garantía de seguridad. Segundo, porque la bipolaridad, de darse, será entre grupos de Estados con ideologías y estrategias afines, lo que lleva a hablar más certeramente de multipolaridad.

En definitiva, nos encontramos en un momento de grandes cambios históricos en lo que a los equilibrios de poder mundial se refiere. Estos vienen dados por numerosos factores tanto geopolíticos como ideológicos. A ellos se suman una creciente incertidumbre y una serie de desafíos globales como el tecnológico o el nuclear. El primero, estaría transformando profundamente las sociedades, los mercados laborales o el sistema económico mundial, y contribuyendo a la redefinición del equilibrio de poder. El segundo, el nuclear, ha vuelto con fuerza.

La suspensión por Rusia del Tratado Start, solo es un paso más en una dirección cuanto menos preocupante a sabiendas de que sus dos suscriptores poseen más del 85% de la capacidad nuclear del planeta. Simultáneamente, China ha declarado públicamente su intención de perseguir la paridad nuclear con Estados Unidos y Rusia, alcanzando las 1.500 cabezas en 2035, lo que añadiría una tercera potencia al juego de la disuasión. En todo caso, es de vital importancia entender las dinámicas que se están gestando, las causas que las justifican y, sobre todo, preguntarse hacia dónde queremos dirigir el barco para evitar el naufragio.

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