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La evolución histórica del sionismo y su impacto en el conflicto entre Palestina e Israel

Análisis

Miquel Ribas Lladó
Miquel Ribas Lladó
Grado en Relaciones Internacionales (Collegium Civitas, Varsovia) y Máster en Estudios Globales de Asia Oriental (UAB, Barcelona). Tiene experiencia como investigador en la Fundación Instituto Confucio (Barcelona) y en el Instituto de Investigación Sociopolítica de la Academia de Ciencias de Rusia (Moscú). Alumno certificado del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico y del Curso de Experto en China de LISA Institute.

La evolución del movimiento sionista desde sus orígenes hasta hoy merece una mención especial para entender el desarrollo del conflicto palestino-israelí. En este análisis el alumno del Máster Profesional de Analista Internacional y Geopolítico de LISA Institute, Miquel Ribas, explora cómo el sionismo en sus distintas variantes (ya sea político, laborista o religioso) siempre ha estado presente en el conflicto. 

El conflicto entre Israel y Palestina es uno de los más longevos de la historia. Desde la fundación del Estado de Israel en 1948, tras más de 70 años, no se ha podido establecer una solución política dada las posiciones cada vez más polarizadas de los sectores más radicales de ambas sociedades enfrentados por sus respectivas causas nacionalistas. Al mismo tiempo, se han llevado a cabo varias guerras entre Israel y sus vecinos árabes como la Guerra de los Seis Días o del Yom Kipur, dos Intifadas y varios conflictos asimétricos en la Franja de Gaza y Cisjordania. Todos los conflictos han ido alejando las posibles soluciones en el transcurso de este como la solución de los dos Estados. 

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En este contexto, Israel se ha visto apoyado principalmente por los Estados Occidentales debido a un sentimiento de “culpabilidad” con respecto al holocausto (shoah en términos hebreos) frente a los palestinos, quienes han recibido el apoyo de los Estados musulmanes (con excepciones como Egipto tras los acuerdos de Camp David al terminar la guerra del Yom Kipur o de aquellos que firmaron los Acuerdos de Abraham en 2020) y organizaciones como La Liga Árabe y otros Estados opuestos a Estados Unidos y que en el marco de la Guerra Fría apoyaron la causa palestina como Cuba o Corea del Norte. 

En la disputa por la soberanía del territorio de la Palestina histórica merece hacer una especial mención al papel del sionismo y cómo su evolución histórica, desde sus orígenes, ha influido en el desarrollo del conflicto. Aunque se hace hincapié en las acciones de los palestinos, como el Movimiento Hamás o la Organización de Liberación de Palestina de Arafat anteriormente, se hace necesario comprender, del mismo modo, el papel que tiene el sionismo y cómo ha evolucionado desde su fundación. Con ello, podemos abarcar las causas del conflicto desde una perspectiva más amplia para entender las acciones llevadas a cabo por el Estado de Israel. El sionismo (en distintas variantes, ya sea político, laborista o religioso) siempre ha estado presente en el conflicto. 

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Fuente: El Orden Mundial.

De los orígenes del Movimiento a la Partición: el sionismo político

Los orígenes del Movimiento Sionista tienen lugar en el año 1897 durante la Conferencia de Basilea. Los sionistas se centraron en explotar el odio a los judíos basado en la concepción de estos. Según define Max Weber, un «pueblo paria» tras el éxodo y su evolución a la condición de un estrato de intelectuales quienes representaban una intelectualidad pequeñoburguesa, racionalista y semiproletaria. Para el académico Georges Corm, la «cuestión judía» no se puede entender sin la formación de nacionalismos europeos, a la que está vinculada, y a la formación de ideologías basándose en raíces nacionales/étnicas o raciales que desemboca en el conflicto entre arios y semitas.

Sin embargo, la tesis de Corm podía ser rebatida por parte del argumento que da el investigador Gabrirel Ezkurdia. El cuestiona la precisión del antisemitismo, pues considera que debería ser traducido como anti judaísmo y no antisemitismo. En este sentido, los inicios del sionismo no estaban identificados como un movimiento religioso, ya que la mayoría de sus fundadores formaban parte de la ideología socialista/elitista y su gran contribución se basó en la necesidad de la creación de un «Hogar Nacional Judío» en el territorio definido como «Eretz Israel» y su noción de tierra prometida para este pueblo (pueblo elegido) como base histórico-cultural para legitimar el su proyecto.

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En este caso, la lucha por la creación de un «Estado Judío» se enmarcaba más siguiendo la lógica de un conflicto entre Oriente y Occidente que entre judaísmo vs. islam. Así, es necesario comprender la visión de gobernanza de las naciones occidentales sobre las orientales, pues en esta idea está vinculada la idea del papel del Estado de Israel en sus relaciones internacionales o códigos geopolíticos. 

Winston Churchill defendía un concepto de gobernanza sustentado sobre la base de que esta debe ser ejercida por parte de las naciones ricas. Con ello, advertía del peligro que supondría que las naciones pobres se hiciesen con el gobierno del mundo. Una idea que coincide con la visión de Woodrow Wilson para quien, como argumenta Chomsky, el «idealismo wilsoniano» no es aplicable a aquellos pueblos que «se encuentran en una fase incipiente de civilización». Con ello, justificaba el derecho de las potencias coloniales a la ocupación con el fin de proporcionar «protección, guía y asistencia». En este caso, «los intereses de los pueblos implicados deben tener el mismo peso que las justas exigencias de los gobiernos cuya autoridad debe determinar el poder colonial».

Esta idea de la superioridad occidental según la que las naciones occidentales tienen el derecho de imponer su voluntad sobre las naciones orientales. Ello, muestra la idea inicial del Movimiento Sionista, principalmente por parte de los sionistas y de la élite empresarial judía. Prueba de ello está la afirmación que hizo el fundador del movimiento, Theodor Herzl, quien defendió la creación del Estado de Israel como un bastión avanzado del Occidente civilizado frente a la Asia bárbara. Herlz definía el papel geopolítico del Estado de Israel como:

«Para Europa formaríamos allí parte integrante del baluarte contra Asia: constituiríamos la vanguardia de la cultura en su lucha contra la barbarie. Como Estado neutral mantendríamos relaciones con toda Europa que, a su vez, tendría que garantizar nuestra existencia». 

La visión de Herzl es relevante, pues explica la razón por la que los judíos y los árabes se enemistaron. En la Palestina Otomana una minoría judía (conocida como «viejo Yishud») convivía con una mayoría árabe/musulmana basándose en el respecto y la tolerancia interétnica como demuestra la ausencia de las oleadas judeofóbicas que vivió Europa a finales del siglo XIX.

Para Edward Saïd la declaración de Balfour representa la cuestión nuclear del conflicto, pues otorgó el derecho superior de una potencia colonial europea a decidir sobre un territorio no europeo con total desinterés hacia los intereses de la población local. Una visión que concuerda con las ideas de Wilson y Churchill en relación con el derecho de naciones poderosas a imponer sus intereses sobre las bárbaras. Pues aquí está el origen de una colonización que empezó la primera aliya y la construcción del «Nuevo Yishud» basado en la exclusión de todo no judío del trabajo agrícola y del mercado laboral dando origen a un colonialismo basado en el «arado y la espada».

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La primera aliya generó un régimen de apartheid basado en la colonización de Palestina. Siguió la idea del judío de origen ruso, Vladímir Jabotinsky, basada en el establecimiento de una «patria judía» en la región de Palestina que inevitablemente pasa por la imposición de la fuerza y la derrota del pueblo palestino.

Todo ello empezó a generar la oposición del pueblo palestino con la fundación en 1935 del partido político árabe-palestino de la Reforma o Partido reformista. Los ejes programáticos fundamentales del partido se sustentaban en el panarabismo y la lucha contra el Movimiento Sionista.

Del sionismo político al periodo sionista socialista

En 1947 la situación cambió con la aprobación del Plan de Partición de Palestina. El plan estaba promovido por el sentimiento de culpa de las naciones occidentales hacia el pueblo judío durante la shoah. Aunque el plan aprobaba la creación de dos Estados (uno árabe y otro judío), los árabes no aceptaron el plan iniciando la Guerra de la Independencia en 1948.

Las diferencias en torno a la partición se basan en factores religiosos y políticos, pues los sionistas se basaban en sus demandas o derechos históricos por sus lazos con Tierra Santa. Unos lazos confirmados por la Sociedad de Naciones y la Declaración Balfour que manifestaron el retorno a la Tierra Prometida como una manifestación exclusiva de la voluntad divina. Los árabes, por su parte, se oponían amparándose en los derechos que el islam les otorgaba en un país en el que se habían establecido en el año 637 y el carácter árabe-musulmán de la mayor parte de la población.

Aun así, en aquel momento el conflicto era político y no religioso, pues se dirimía en torno a quién pertenecía la soberanía sobre Palestina. Merece la pena recalcar que los primeros que buscaron dotar al conflicto del componente religioso fueron los árabes, pues la guerra de independencia fue definida por la Liga Árabe como «guerra santa». Además, para el pensador palestino Said, el Estado de Israel devino como fruto de una «ideología básicamente europea» impregnada de colonialismo.

Del mismo modo, se dieron tres condiciones que establecieron las Naciones Unidas para aceptar a Israel como miembro de pleno derecho. Israel, (más concretamente, los sionistas) nunca ha estado dispuesto a aceptar. Esta negativa representa una clara connivencia con el sionismo religioso, pues esta tercera rama del sionista anhela el regreso a Jerusalén. Estas tres condiciones eran:

  • No tocar el Estatuto de Jerusalén
  • Permitir a los árabes palestinos regresar a sus hogares
  • Respetar las fronteras fijadas por la resolución de la partición

La ofensiva árabe en la primera guerra árabe-israelí ofreció a los sionistas la oportunidad de justificar la mayor parte de sus acciones posteriores destinadas a ampliar su control territorial. Según ellos, sus acciones bélicas y colonizadoras se ejercían en legítima defensa explicadas por su localización geográfica rodeado de Estados enemigos.

Al mismo tiempo, el reconocimiento del Estado de Israel fue la culminación del triunfo del sionismo político con la creación del Estado que reclamaron en su Congreso Fundacional. No obstante, posteriormente mutó hacia un sionismo de matriz socialista cuyo objetivo ya no se sustentaba en la creación de un Estado judío en Eretz Israel. En este caso, se centraba en la idea que un Estado judío solo podía crearse a través de los esfuerzos de la clase trabajadora judía haciendo aliya a la Tierra de Israel (caracterizada principalmente por judíos emigrantes de Europa del Esta y de la extinta Unión Soviética) y levantando un país a través de la creación de una sociedad judía laborista a través de la creación de los llamados Kibutz o granjas colectivas. 

La mutación hacia un sionismo de matriz conservadora y religiosa

El origen de la mutación del sionismo hacia un sionismo de corte religioso, reemplazando al sionismo socialista, tiene sus orígenes en la Guerra de los Seis Días de 1967 y la aplastante victoria de Israel sobre las naciones árabes. Es relevante incidir que para Riad la reconquista de los Territorios que Israel ocupó solamente se podía realizar a través de la yihad. Con ello, podía empezar a debilitar el sentimiento panarabista y nacionalista de Nasser, consecuencia de un sentimiento de culpabilidad en la sociedad árabe que empezó a sentir la derrota como un castigo por haber abandonado el Islam entre quienes veían en la humillación de la guerra un castigo divino.

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Del mismo modo, la creciente amistad de los Estados árabes (piénsese, por ejemplo, en Sira o Irak baazistas o el Estado de Yemen del Sur), quienes seguían la ideología del socialismo árabe o panarabismo desarrollaron lazos con la Unión Soviética. Esta aproximación cambió la geopolítica del Oriente Medio. Washington respondió mediante las doctrinas Eisenhower y Carter quienes defendían la legitimidad  de intervención de Estados Unidos para proveer ayuda militar o económica a cualquier país del Medio Oriente. Sobre todo para resistir a la agresión comunista temiendo que la URSS pudiese incrementar su influencia en una región estratégica dadas las reservas de recursos energéticos. El nuevo rol de Estados Unidos en la región llevó al Estado de Israel a acercar posturas con Washington para garantizar su supervivencia frente a la amenaza permanente de los Estados árabes.

La Guerra de los Seis Días trajo cambios endógenos en la sociedad israelí. Un ejemplo fue el hecho de que el Partido Laborista (Avoda), antaño hegemónico y al que pertenecían líderes históricos como Ben-Gurión o Golda Meir, fue perdiendo peso frente al gran partido conservador, Likud. Por lo tanto, empezó a sustentarse en partidos religiosos minoritarios de judíos ultra ortodoxos quienes defendían la doctrina de los sionistas de crear una «Eretz Israel del Éufrates al Nilo» (Gran Israel) como eje vertebrador del nuevo sionismo religioso. Igualmente, la comunidad judía de Estados Unidos (separada de la sociedad israelí hasta 1967) ya empezó influir sobre Washington para influir en la defensa de la ocupación del Estado de Israel.

En este contexto, el filósofo judío de origen letón Yeshayahu Leibowitz se mostró crítico con el sionismo basándose en que la nueva gobernanza del Estado de Israel sustentada en la transferencia de judíos (mayoritariamente integristas y fundamentalistas) a la región de Cisjordania a través de la creación de asentamientos de colonos implicaba renunciar a los valores humanitarios de la diáspora judía para supeditarlos a los nuevos valores del Estado de Israel.

El año 1979 es considerado un año clave. En enero se inauguró en Washington el Museo del holocausto para celebrar «la memoria de los judíos de manos del régimen nazi» que canalizo el sentimiento de culpa de la sociedad occidental frente al genocidio. En este caso, el Estado de Israel cobró una nueva dimensión alejada del sionismo socialista y centrado en emerger como Estado religioso. Corm agrega que en este contexto el Estado de Israel devenía como «el heredero de los millones de víctimas y el guardián de una religión hacia la cual la historia apenas se había mostrado sensible».

Por otro lado, en febrero del mismo año, tuvo lugar la Revolución Islámica del ayatolá Jomeini quien tuvo un impacto relevante, pues la política exterior de la recién fundada República Islámica se basaba en la confrontación con Israel y Occidente. Además, la guerra entre el Irán revolucionario de Jomeini contra el Irak laicista de Sadam Huseín, es  interpretada, en cierto sentido, como un intento de Washington de debilitar tanto a Bagdad como Teherán para consolidar al Estado de Israel como gran potencia regional frente al fundamentalismo islámico y el nacionalismo árabe o baazismo.

Del mismo modo, el inicio de la guerra afgano-soviética y el auge del fundamentalismo islámico fueron relevantes. Ello condujo a la aparición de movimientos fundamentalistas de matriz religiosa (yihadismo) que hasta el momento habían estado perseguidos por parte de los gobiernos del socialismo árabe. Los movimientos fundamentalista cambiaron la geopolítica de Oriente Medio y reemplazaron la lectura clásica de confrontación entre capitalismo y comunismo de la Guerra Fría por un conflicto inter religioso dando mayor peso al renacer de la religión, marginada a lo largo del siglo XIX y XX.

Todo ello dotó de una mayor importancia geoestratégica del Estado de Israel como refleja la nueva relación de Estados Unidos. El propio departamento de Estado del país norteamericano destacó que no hay mejor amigo de Israel en el mundo que los Estados Unidos. Esta calificación no deja de tener una connotación muy relevante, pues ha permitido a Israel, a través del apoyo de Washington en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, poner en marcha su proyecto de expansión. Además, siguiendo una matriz colonial encarnado en el actual sionismo religioso a través de los asentamientos. El apoyo, junto con la política de hechos consumados, ha legitimado a Israel para encubrir su colonización. Igualmente, según explica Corm, Israel se legitima emergiendo como «Estado judío» con vocación de convertirse en el centro de un renacimiento del judaísmo.

Esta connivencia entre Estados Unidos e Israel explica, en cierto modo, la aparición del Movimiento de Resistencia Islámica, más conocido como Hamás. Este no surge como una creación derivada del fundamentalismo islámico ni de la deslegitimación del nacionalismo árabe, sino como reacción a la política expansionista hacia el Este que Israel ha implementado siempre bajo una coartada defensiva y de seguridad para imponer su reconocimiento y legitimación.

En este contexto es relevante comprender la nueva interpretación que Hamás hace de la yihad. La imagen se vuelve a sustentar en elementos religiosos para llevar a cabo la guerra santa contra los judíos recuperando. En cierto modo, la idea del rey saudí que uso tras la Guerra de los Seis Días. Como dijo Kissinger, el hecho que el islam, en sus inicios, se creía con autoridad para expandir sus principios religiosos y conquistar al resto para vivir en harmonía según sus principios. Un hecho que constituía el núcleo del pensamiento del ulema Yusuf al-Qaradawi basado en la lucha de los musulmanes hasta la eliminación de los judíos como solución al problema palestino.

El sionismo en el siglo XXI: consolidación de la religión

Sin embargo, los desastres de Afganistán e Irak han cambiado sustancialmente el orden geopolítico regional. El régimen iraní, con el expansionismo del pasdarán, está ganando influencia en la región. Aun así, mantiene la confrontación contra Israel, en particular, y Occidente, en general, como eje de su política exterior.

Además, Estados Unidos han dado nuevas muestras de apoyo a Israel. Los votantes estadounidenses de extrema derecha, que critican la Biblia dentro del Partido Republicano de Texas, aprobaron una plataforma que hará que sea ilegal crear un Estado palestino en territorios controlados por el Estado de Israel. Para ello, se basan en la concepción del «Gran Israel» entendido como la voluntad expandir la dominación judía etnonacionalista a cada centímetro de la Palestina histórica. Todo ello, ha propiciado el reconocimiento de Washington de Jerusalén como capital del Estado de Israel. A raíz de ello, ha trasladado su Embajada y ha reconocido la Ley de capitalidad que aprobó la Knesset (Parlamento israelí) y la que declara a Jerusalén capital de Israel única e indivisible.

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Una decisión que parece enlazar la cuestión nacional con la religiosa. Todo ello en un marco similar a la que se refirió un rabino polaco en 1900. El rabino afriamaba que «la gente de Israel debe vestirse de nacionalismo secular. Una nación como todas las demás naciones, que el judaísmo se basa en tres cosas: el sentimiento nacional, la tierra y la lengua y que el sentimiento nacional es el elemento más loable de los tres y el más eficaz para preservar el judaísmo». Sus declaraciones connotan la importancia del sentimiento nacional del que ha bebido el sionismo sustentado en la nación para expulsar a los árabes del «Eretz Israel». De esta forma, reemplaza el nacionalismo de vertiente secular una vez obtenido el territorio por el religioso y conseguido su reconocimiento como Estado-nación.

Igualmente, el sionismo religioso ha adquirido una nueva legitimación en el contexto de fragmentación de la Knesset y la emergencia de formaciones políticas ultra religiosas y ultranacionalistas. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se ha sustentado cada vez más en las formaciones que representaban a los sectores judíos ultra ortodoxos. Además, en las últimas elecciones del Estado de Israel, los Sionistas Religiosos (una agrupación de partidos de matriz sionista religiosa basado en combinar políticas ultranacionalistas, racistas y homófobas) se ha convertido en la tercera fuerza política.

De esta forma, se ha convertido en un actor de relevancia en el gobierno, que no renuncia a la expansión del «Eretz Israel» y que aboga por una mayor política de línea dura contra la resistencia palestina en los territorios ocupados. El objetivo principal es restaurar los límites del Gran Israel bíblico al tiempo que niega cualquier derecho de autodeterminación de los palestinos. Además, uno de los partidos políticos que integran la formación Sionistas Religiosos, el partido de extrema derecha, Otzmá Yehudit (Poder Judío) sigue una ideología centrada en la creación de un Estado judío teocrático siguiendo el sionismo religioso la que sigue una política abiertamente racista contra los árabes.

Un hecho que confirma el viraje del sionismo político de Theodor Herzl hasta uno de matriz religiosa. El hilo conductor inherente a su ideología está basada en una ingeniería colonial del siglo XIX al siglo XXI. Es una nueva doctrina que combina elementos de sionismo político y religioso canalizado en la Ley del Estado Nación Judío impulsada por Netanyahu en 2018. Dicha ley establece que solo los judíos tienen derecho de autodeterminación privando a la lengua árabe de su estatus de oficialidad.

La mezcla de elementos del sionismo político con el religioso en una tesitura que se refleja en el nuevo status del sistema educativo. Este último es percibido como una herramienta política utilizada por el Gobierno para avanzar en sus objetivos de promover el carácter judío del Estado. Además, se está extendiendo incluso a la economía, pues el nuevo ministro de economía del ejecutivo israelí y líder de los Sionistas Religiosos, Bezalel Smotrich afirmó que la gestión económica se sustentará en la religión. De esta forma, avanzará hacia un Estado religioso donde el ser judío ya no se sustenta en elementos histórico-culturales como en sus inicios sino en la religión judía. 

No obstante, sería arriesgado confundir a la sociedad israelí, en general, con el sionismo. Como dice Eric Hobsbawn, con la presencia del movimiento sionista religioso y de los judíos ultra ortodoxos en los ejecutivos del Estado de Israel provoca que hoy en día sea más difícil que nunca ser antisionista o crítico con la política de Israel. Discrepar con la posición mayoritaria acarrea el estigma de algún tipo de traición, independientemente que se tenga razón o no.

Endógenamente, la sociedad israelí está dividida en torno a la solución a la cuestión e incluso hay una brecha importante entre los judíos laicos y los religiosos. En este contexto, hay partidos políticos como el Meretz o los partidos árabes, quienes apoyan la solución de los dos Estados siguiendo las fronteras establecidas en 1967. Están alejados del ultranacionalismo y el fundamentalismo religioso que practican los sionistas, rompiendo con las posiciones más extremistas. 

Así, entre 1980 y el año 2000, una tendencia relevante dentro de la sociedad se orientaba a la búsqueda de una solución de dos Estados y una paz duradera. Una tendencia que chocó con el chauvinismo judío, quien percibía cualquier cesión en torno a la soberanía a los árabes como una humillación nacional. Así se connotó con el asesinato del primer ministro laborista, Isaac Rabin como consecuencia de la firma de los Acuerdos de Oslo. Fue asesinado por Yigal Amir, ultranacionalista judío opuesto a los acuerdos, ya que consideraba que suponía renunciar a la herencia bíblica que los judíos habían reclamado en Cisjordania a partir de la política de asentamientos. La afirmación bien podía ser también mencionada por Itamar Ben Gvir o Bezalel Smotrich, los dos líderes de Sionismo Religioso.

Conclusiones

La radicalidad que ha causado el sionismo con su voluntad expansionista en la región se ha transferido hacia ambas sociedades. Un factor que dificulta enormemente la posibilidad de alcanzar un acuerdo, ya que la tendencia actual se encuentra en un choque entre fundamentalismo judío (encarnado en el sionismo religioso, principalmente) y el islamista. Todo ello alrededor de una cuestión nacional basada en el rechazo de la existencia del otro. Así pues, el papel que juega el Estado de Israel actualmente es un fiel reflejo de la idea de Estado que tenía Theodor Herzl. Estaba basado en convertirse en el gendarme o la punta de lanza de la civilización occidental frente al bárbaro islam a cambio que Occidente garantizase su existencia.

En este contexto el sionismo ha tenido un papel significativo a pesar de su mutación. Si en el marco de la primera aliya, los sionistas defendieron la construcción de un Estado judío basado en cuestiones políticas, los sionistas actuales se sustentan en la combinación de nación y religión siguiendo el patrón que podría ser definido como «el judaísmo y la espada». Recuperando la idea de las dos espadas (el trono y el altar), es decir, la connivencia del poder político con el religioso en contraposición al arado y la espada del Nuevo Yishoud, como ejes vertebradores definitorios del Estado de Israel junto con la etnia.

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Los ataques del Movimiento Hamás y de sus otras ramificaciones (la Yihad Islámica o las  Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam) les deslegitima, pues los ataques como los que lanzó el pasado siete de octubre de 2023. Aunque nunca tiene justificación, esto no es óbice para ignorar responsabilidades por parte los propios sionistas. Según ellos, la solución debería pasar necesariamente por la eliminación del pueblo palestino como afirmaba el sionista ultranacionalista Vladímir Jabotinsky. 

Al fin y al cabo, para los sionistas el pueblo judío es el pueblo elegido por Dios para ocupar la totalidad del «Eretz Israel» bíblico. Este está sustentado por un ultranacionalismo religioso excluyente encarnado en los sionistas religiosos y los judíos ultra ortodoxos, principalmente. Una vertiente ideológica de matriz ultranacionalista religiosa que está copando el gobierno del Estado de Israel el cual se ha retroalimentado con la tesis de Al-Qaradawi. Tanto en la visión de Jabotinsky como de Al-Qardawi, la solución a la cuestión pasa inevitablemente por la destrucción del otro. Un extremo que dificulta en sobremanera la posibilidad de alcanzar un acuerdo aceptado por las dos partes y que hace imposible que una solución como la de los dos Estados pueda ser aceptada.

Así pues, no hay motivos para divisar una solución política al conflicto en el corto plazo. El sionismo se ha reforzado en su idea del Gran Israel como una herencia bíblica o la Tierra Prometido por Dios y en la concepción étnica y religiosa (judía) de este, mientras que los palestinos se están radicalizando cada vez más ante la indiferencia de Occidente y el progresivo abandono de sus tradicionales aliados. 

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