El continúo retroceso democrático en el país pone en peligro la única transición democrática considerada «exitosa» tras la Primavera árabe y los tunecinos están volviendo a salir a las calles como hicieron en 2011… ¿Nos encontramos ante una continuación de la revolución del Jazmín?
Túnez, el único país en el que «triunfaron» las revueltas de la conocida Primavera Árabe está sufriendo una serie de retrocesos en su democracia desde la llegada al poder de Kais Saied en 2019. Estas últimas semanas miles de tunecinos han salido a las calles para protestar contra las políticas consideradas «dictatoriales» del presidente tunecino.
Los ciudadanos, en manifestaciones lideradas por los partidos opositores, piden la salida de Said del país recordando, considerándolo golpe de Estado, cuando el pasado julio de 2021 suspendió el Parlamento otorgándose plenos poderes y critican que no haya sabido lidiar con una crisis económica en el país y que no tenga en cuenta el Estado de derecho.
Esta vez las críticas se centran en una nueva ley electoral que eliminará las candidaturas de partidos y que, según los analistas, reducirá las posibilidades de la oposición en el país. Recordamos que el pasado mes de julio se celebró un referéndum constitucional para aprobar una nueva Carta Magna que otorgaba poderes excepcionales y planteaba serías dudas sobre la separación de poderes en el país.
La reforma obtuvo un apoyo del 94,6% pero la participación fue apenas del 30,5% agudizando aún más la división en el país. La oposición y opinión pública tunecina denunció la falta de transparencia y legitimidad de un proceso electoral en el que tampoco se permitió la entrada en el país de misiones de observación extranjeras.
Los expertos internacionales tildaron esta nueva Constitución de «ultrapresidencialista» al no contar con una separación de poderes y concentrar todo el poder del Estado en el presidente tunecino, Kais Said, que gobierna desde julio pasado por decreto. Esta nueva Constitución reemplazó a la Constitución de 2014 y los analistas internacionales alertan que nace con una legitimidad dudosa, lo que podría provocar el agravamiento de la crisis política que vive el país.
Entre los próximos pasos estaría la celebración de elecciones legislativas el próximo 17 de diciembre, aunque la oposición también denuncia que estas también serán boicoteadas. La fecha elegida es «curiosa» ya que coincide con el aniversario del comienzo de la Primavera árabe y el proceso revolucionario que comenzó con la caída de la dictadura de Zin el Abidín Ben Ali, en 2011.
Te puede interesar: La BBC filtra los audios de las últimas horas de Ben Ali en el poder
¿Peligran los logros de la Primavera Árabe en Túnez?
Túnez, el único sistema democrático que triunfó tras las protestas de la Primavera Árabe, está viendo cómo sus esfuerzos están retrocediendo desde la llegada del presidente en 2019 y con la aprobación de esta nueva Constitución, el país se encuentra en crisis desde hace meses.
Te puede interesar: Masterclass | Análisis Mundo Árabe e Islámico: Presente y Futuro
Recordamos que fue en julio del año pasado cuando Kais Saied suspendía el Parlamento, tomando el poder ejecutivo y emitía un nuevo decreto que extendía su control sobre el poder judicial, tras declarar en un discurso televisado que se había «dado oportunidad tras oportunidad y advertencia tras advertencia al poder judicial para que se purificara».
Si bien es cierto que las calles tunecinas celebraron la decisión del presidente de cesar al primer ministro Hichem Mechichi, de suspender el parlamento y de retirar la inmunidad parlamentaria de los diputados en un contexto de supuesta lucha contra la corrupción, más adelante saltaron las alarmas al comprender hasta qué punto el poder se está volviendo a centralizar en las manos de un solo hombre.
Te puede interesar: Entender Turquía a través de los ojos de los jóvenes
Desde ese «golpe de Estado» según la oposición política el presidente ha ido concentrado progresivamente todos los poderes y ha dirigido el país a través de decretos-leyes. En febrero, disolvió el Consejo Judicial Supremo, garante de la independencia de los jueces, y creó un nuevo en el que se otorgaba poderes adicionales para controlar la organización judicial del país. Con el acceso al control de todos los poderes del estado, los opositores al régimen han acusado al líder de intentar reconstruir el sistema político tras consolidar un gobierno de “un solo hombre”.
El 30 de marzo anunció la disolución del Parlamento tras una reunión de los diputados en la que rechazaban las medidas de excepción y acusaban al líder de dar un golpe de estado. A esta decisión le siguió establecimiento por decreto de la nueva composición de la Instancia Superior Independiente de las Elecciones (ISIE), órgano encargado de vigilar los comicios.
La comunidad internacional, atenta a la situación tunecina, expresó su voluntad de enviar observadores internacionales para los procesos electorales de este año; sin embargo, el líder de gobierno rechazó la proposición.
Kais Saied también destituyó incluso al presidente de la ISIE, una de la personas que había criticado el «golpe de Estado» del presidente, además de elegir de forma directa a tres de los integrantes, el resto serían elegidos por el Consejo Superior de la Magistratura, también bajo su control.
La situación política afecta a los derechos de los tunecinos, los cuales han bajado 21 posiciones en la clasificación mundial de libertad de prensa tras la toma de todos los poderes por parte del presidente Saied, que se ha reflejado en «una restricción clara de la línea editorial de los medios públicos y de algunos privados». Reporteros Sin Fronteras también ha expresado su «preocupación» ante el retroceso de uno de los grandes logros de la revolución de 2011.
Te puede interesar: Qué ha pasado con los Derechos Humanos en 2021
Túnez, un «ejemplo» para el mundo árabe
Las dictaduras y gobiernos corruptos que dominaban el mundo árabe mantenían a la población en una situación de desigualdad. A principios de siglo, la voluntad de cambio de la sociedad fue el desencadenante de una serie de movimientos políticos y sociales que buscaban el progreso en sus sociedades.
La dictadura de Zine el Abidin Ben Ali en Túnez fue la primera en caer. El descontento de los tunecinos iba más allá de los motivos económicos y el desempleo, el malestar general se debía a la corrupción indisimulada de la clase gobernante, que se beneficiaba de la riqueza nacional gracias a la ausencia de justicia social y a la falta de garantías de Derechos Humanos.
La inmolación de Mohamed Bouazizi el 17 de diciembre de 2010 en Túnez fue el desencadenante y el hecho más destacado de la Primavera Árabe. Al joven vendedor de fruta, le requisaron su humilde puesto, y al protestar fue humillado por las fuerzas policiales; una frustración que llevó a Bouazizi a quemarse vivo en la ciudad de Sidi Bouzid, y dio comienzo a la “Revolución del Jazmín”, que sirvió como ejemplo para que otros países árabes salieran a protestar en contra de sus regímenes.
Te puede interesar: Vigilancia 2.0 y movimientos sociales
La población se identificó con el muchacho y sus motivos, por lo que, cansados del régimen, decidieron salir a las calles a protestar contra un sistema basado en el terror. Los tunecinos, perdieron el miedo, las manifestaciones no pararon, fueron conscientes de que las promesas de su líder de hacer reformas no iban a servir para nada, continuaron protestando y siendo reprimidos brutalmente por la policía.
Sin embargo, en lugar de terminar con las manifestaciones, éstas se extendieron por todo el país con huelgas masivas, laicas y sin distinciones de género, cultura o religión. Fue esta unión del pueblo tunecino la que provocó la renuncia y exilio de Ben Ali a Arabia Saudí el 14 de enero, tras 23 años de poder se quedó sin capacidad de imponer su ley y orden a la población que históricamente había controlado.
Este suceso dio al mundo árabe esperanza, ya que era la primera vez que un régimen caía por presión social en lugar de por un golpe de Estado, injerencia extranjera o extremismo religioso. Los países vecinos se contagiaron de la euforia tunecina, en vistas que habían conseguido hacer caer a su dictador, las protestas se expandieron por otros países árabes, desde Argelia hasta Bahréin, sin embargo, a pesar de la emoción de la población, no todas tuvieron el mismo desenlace.
Te puede interesar: Los intereses de Rusia en África según la Inteligencia británica
Las diferentes “Primaveras Árabes”, más allá de Túnez
No en todos los países árabes triunfó la ola de protestas, es por ello que hay autores que creen que este nombre a la revolución expresa un optimismo que no ha sido común. Además, la expresión del «despertar árabe» también es duramente criticada, ya que parece indicar que antes de las protestas, las sociedades árabes estaban «dormidas» o que no sabían que estaban controladas por dictadores corruptos, cuando realmente los detractores del régimen siempre han sido perseguidos y esta revolución fue el resultado del cansancio de años de represión.
De hecho, expertos como el profesor de Harvard Noah Feldman, denomina este período de revueltas como «Invierno Árabe”, ya que considera que «la Primavera Árabe ha empeorado la vida de mucha gente».
En el caso de Libia, al verse reflejados en las protestas de su país vecino, la población salió a protestar en contra de su líder autoritario, Gadafi. Las manifestaciones fueron duramente reprimidas y terminó en una guerra civil en la que intervino la OTAN a favor del bando rebelde con el objetivo de acabar con Gadafi.
Te puede interesar: Kosovo y Libia, las razones por las que la OTAN ya no interviene
Cuando terminaron con el dictador en 2011, se generó un vacío de poder que no se supo estabilizar, los intereses internacionales sobre el suelo libio tuvieron gran influencia en la guerra, Francia, Italia y Estados Unidos fueron esenciales para la composición del primer gobierno de transición, sin embargo la inestabilidad de caracteriza al país derivó en una segunda guerra civil en 2014.
Han pasado más de diez años y la sociedad libia se encuentra ante un proceso de paz lanzado por la ONU y prorrogado debido a la falta de resultados efectivos; situación que se repite ya que en 2015 ya lanzaron su primera misión.
Te puede interesar: Los desafíos de las misiones de paz de la ONU
En Egipto, la conocida como «Revolución de los Jóvenes» comenzó el 25 de febrero de 2011 inspirada por la Revolución del Jazmín, pidiendo lo mismo que los tunecinos: Derechos Humanos, un salario mínimo, un estado sin corrupción… buscaban una vida digna. Más de 15.000 egipcios salieron a las calles pidiendo la salida del dictador Hosni Mubarak después de 30 años de represión, protestas que fueron respondidas con más violencia por parte del estado.
El pueblo egipcio no se rindió, persistieron, y tras 18 días el presidente abandonó su puesto; sin embargo los egipcios no sabían que cambiaban un dictador por otro, Mohammed Morsi, líder de «Los Hermanos Musulmanes» ganaron las primeras elecciones.
Este dio a conocer su voluntad de realizar cambios constitucionales que daban más poder a los militares, y el aumento del papel de la religión en el estado, lo que derivó en más protestas y más represión, hasta que en 2013 Abdul Fatah al-Sisi da un golpe de estado con ayuda del ejército, instaurando una dictadura militar.
Diez años más tarde, relatos de la periodista egipcia Farida Layl muestran la desesperanza que aún vive el pueblo egipcio “El décimo aniversario de las protestas es un doloroso recordatorio de nuestro fracaso. Ninguno de los objetivos que perseguíamos se ha cumplido: ni pan, ni libertad, ni justicia social. En cambio, vivimos con austeridad, opresión e injusticia”.
Sin embargo, países como Argelia, Jordania, Bahréin e Iraq no obtuvieron ningún cambio político. Otros como Yemen y Siria corrieron la peor de las suertes, donde las protestas pacíficas derivaron en una larga y cruel guerra civil que persiste a día de hoy, y en la que se ven involucrados intereses extranjeros que no ayudan a terminar con el sufrimiento de la población.
Te puede interesar: Los petroestados y la maldición de los recursos
Tras la esperanza que dieron las revoluciones de 2011 estos países de Oriente Medio no encuentran un horizonte positivo al que sostenerse. Los yemeníes son los protagonistas de la peor crisis humanitaria de la historia, conflicto en el que indirectamente se enfrentan otras potencias de la zona como Arabia Saudí e Irán apoyando al gobierno y a los rebeldes respectivamente y sin tener en cuenta los intereses de la población. Un panorama que no permite que los alto al fuego momentáneos se conviertan en un fin de las hostilidades permanente.
Te puede interesar: El impacto real de un alto el fuego
En el régimen sirio, las protestas fueron duramente reprimidas, se creó el «Ejército Libre de Siria», que además de luchar contra el gobierno tenían que hacerse caso del ISIS, que estaba ganando terreno en el país. Los apoyos internacionales al régimen han prolongado esta guerra por mas de once años, donde se preveía que el régimen caería pronto, y sin embargo ha provocado el mayor éxodo de refugiados de la historia.
Te puede interesar: ¿Cuáles son los intereses de Rusia, Irán y Turquía en Siria?
Túnez ha sido el único país que consiguió cambios palpables en su gobierno al derrocar a Ben Ali; sin embargo, en otros regímenes como Libia y Egipto vemos como el cambio no supuso una mejora, sino una sustitución de un dictador por otro.
Te puede interesar: Los petroestados y la maldición de los recursos
¿Ha fracasado la “Primavera Árabe” o aún continúa?
Con los diferentes ejemplos de desenlaces en las revueltas sociales de 2011 podríamos decir que estas han sido un fracaso a excepción de Túnez. No obstante, expertos como Haizam Amirah Fernández, investigador principal del Real Instituto Elcano, considera que este pensamiento es propio de los regímenes antidemocráticos, que pretenden aumentar la frustración social de sus ciudadanos con el objetivo de que desistan de sus demandas.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que se trata de un largo proceso, no se puede conseguir una democracia de un día para otro y, a pesar de los altibajos, Haizam Amirah cree que «una década es poco tiempo para juzgar el éxito o fracaso de un proceso transformador de dimensiones históricas».
Te pude interesar: Masterclass | Cómo analizar conflictos geopolíticos | LISA Institute
En 2019, millones de ciudadanos salieron a las calles para exigir cambios democráticos en sus gobiernos como en Argelia, Sudán, Líbano o Irak. Estas manifestaciones siguieron el ejemplo de las del 2011, siendo pacíficas, sin el predominio de una ideología y con un grado de madurez política por parte de los participantes que evitaron enfrentarse a las fuerzas de seguridad.
Aunque en la mayoría de países, se considere que estas protestas del 2011 han «fracasado», el gran logro ha sido hacer ver que mediante estas se pueden conseguir cambios en los regímenes y en la sociedad que los gobiernan.
Este aprendizaje hace que los ciudadanos cada vez aspiren a más y no se conformen, mostrando a sus líderes y represores la fuerza que tienen unidos y que al igual que en la década pasada, ya no tienen miedo.
Túnez, ha sido el único ejemplo en el que se llegó a empezar un proceso democratizador y ahora, diez años más tarde, se ve cómo se está volviendo al temido «régimen de un solo hombre» y a una crisis económica de gran envergadura.
Las reacciones de la población y las incesantes protestas muestran que la Revolución del Jazmín no ha terminado, que los tunecinos seguirán luchando por proceso que consiguieron iniciar en 2011 con la caída de Ben Ali y no pararán hasta que cese la dictadura de en la que se ha convertido el régimen de Kais Saied.