La globalización, el crecimiento de grandes metrópolis y puntos de encuentro, está afectando a las comunidades más rurales: a las tribus indígenas que sobreviven en pleno siglo XXI. En este análisis, hacemos un recorrido sobre las comunidades tribales más relevantes en la actualidad, desde los Simbu en Papúa Nueva Guinea hasta los Yanonami en Brasil, y los retos que sortean.
Actualmente, hay alrededor de 476 millones de personas indígenas en todo el mundo, que se distribuyen por más de 90 países. La gran mayoría se reúnen en torno a un total de 5.000 tribus o pueblos indígenas distintos que hablan más de 4.000 lenguas. En el siglo XXI, las tribus representan aproximadamente un 5% de la población mundial, concentrándose la inmensa mayoría, el 70%, en Asia.
Aunque difieren en costumbres y culturas, las comunidades tribales se enfrentan a retos similares: desalojos de sus tierras ancestrales, negación de oportunidades para expresar sus culturas o agresiones físicas. Con frecuencia, los pueblos indígenas son marginados y sufren discriminación en los sistemas legales de sus países, con lo que se ven expuestos en mayor medida a actos de violencia y abusos.
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Además, las tribus indígenas se encuentran hoy en la encrucijada de la globalización. Este fenómeno ha tenido sin duda un impacto en las comunidades indígenas del mundo y formas de vida sostenibles, así como en ecosistemas circundantes en los que viven. La mayoría de las culturas indígenas son guardianes y defensores de la Madre Tierra, por lo que muchos corren el riesgo de perder sus medios de subsistencia, salud y seguridad debido a que los gobiernos y las corporaciones no respetan sus derechos de propiedad y explotan los recursos naturales debido a las necesidades de la industria, sobre todo en el Amazonas.
De muchas maneras, los pueblos indígenas desafían los supuestos fundamentales de la globalización, por lo que en muchos casos se han visto obligados a adaptarse a ellos para garantizar su supervivencia. En este artículo, analizamos algunas de las tribus que siguen presentes en el siglo XXI, así como los desafíos del mundo moderno a los que se enfrentan.
Esqueletos bailarines de Simbu
Papúa Nueva Guinea apenas alcanza los 7 millones de habitantes, sin embargo, es uno de los territorios con mayor diversidad cultural del mundo. En esta isla de Oceanía, ubicada al norte de Australia, coexisten al menos 312 pueblos indígenas, lo que la convierte en la mayor expresión de pluriculturalidad que existe en el mundo, junto con los pueblos tradicionales de la Amazonía. Las tribus que habitan en esta región del mundo se caracterizan por su tradicionalismo, siendo uno de los eventos más destacables los esqueletos bailarines de Simbu.
La tribu de los Simbu, que suman aproximadamente 180.000 miembros, acostumbran a vivir en zonas inaccesibles para la mayoría de las personas. Normalmente, residen a una altura de entre 1,400 y 2,600 metros, en las montañas papúes ubicadas en la región que les dio su nombre, Simbu. Además, las mujeres y los hombres viven en casas separadas.
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Desde hace decenas de miles de años, esta zona de Papúa Nueva Guinea se encuentra altamente poblada por otros pueblos tradicionales. Por lo tanto, la batalla por los recursos naturales solía estar presente en la vida de los indígenas que, para garantizar su supervivencia, desarrollaron sus propios métodos de lucha.
Los bailes de esqueletos de la tribu surgieron para intimidar a las tribus enemigas en un país muy disputado territorialmente. Utilizando únicamente los recursos naturales, pintan sus cuerpos de negro y blanco para simular un esqueleto. Se estima que los Simbu usan esta táctica para hacer creer a otros pueblos cercanos que se trataba de fenómenos sobrenaturales.
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Hoy en día las montañas de Simbu ya no son escenarios bélicos entre pueblos que, en algunos casos, han logrado la interculturalidad. Es por eso por lo que los Simbu ya no se pintan de esqueletos con la finalidad de asustar a todo aquel invasor. Con el paso de los años, esta costumbre se ha convertido en parte de su construcción cultural y, por lo tanto, de su identidad misma.
Gracias a ello, esta tribu continúa con esta tradición hoy en día. Se siguen pintando como esqueletos y practican su baile sagrado frente a otros pueblos en un evento llamado Sing Sing, donde los clanes cercanos se reúnen para celebrar sus costumbres y rituales sagrados.
Sin embargo, ante el aumento del turismo, se teme que los bailes comiencen a priorizarse como espectáculo realizado por personas integradas a la sociedad más que por personas alejadas de la misma.
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Los Nenets de Siberia
Los Nénets, un grupo de 10.000 nómadas que habitan la península de Yamal —Siberia—, son una tribu extremadamente resistente. Anualmente, transportan a 300.000 renos en un movimiento migratorio de 1.100 kilómetros. La zona que recorrer es casi dos veces más grande que el tamaño de Francia y las temperaturas no superan los 50 grados bajo cero. Durante su viaje, se desplazan en trineos untados con sangre de renos recién sacrificados, formando caravanas de hasta 8 km. de largo.
En la lengua de los indígenas Nénets, Yamal significa el fin del mundo. Durante el invierno, la mayoría de los Nénets ponen a los renos a pastar en el musgo y los líquenes de los bosques del sur. En los meses de verano, cuando el sol de medianoche convierte a la noche en día, provocando el aumento de temperaturas y cambio en las condiciones del pasto, dejan este territorio atrás para migrar hacia las zonas frías del norte.
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Los pastores Nénets siempre se han trasladado con sus renos estacionalmente y han viajado por ancestrales rutas migratorias. En la actualidad, sin embargo, la ruta migratoria de esta tribu se está viendo afectada por la infraestructura asociada a la extracción de recursos. Los renos tienen dificultades para cruzar las carreteras y la contaminación amenaza la calidad de los pastos.
Los Nénets ya se han enfrentado a la amenaza de la extinción en el pasado: pasando por los retos de las intrusiones coloniales desde el siglo XV, hasta la guerra civil, la revolución y la colectivización forzosa en 1917. En la actualidad, su pastoreo está de nuevo gravemente amenazado.
Bajo las directrices de Stalin, las comunidades indígenas fueron divididas en grupos conocidos como brigadas, obligados a vivir en granjas y aldeas colectivizadas conocidas como kolkhozy. Cada brigada estaba obligada a pagar impuestos en forma de carne de reno. Se separaba a los niños de sus familias y se les enviaba a internados del Gobierno, donde se les prohibía hablar su propia lengua.
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Con la caída del comunismo, los adultos jóvenes comenzaron a abandonar sus comunidades para irse a las ciudades, una tendencia que continúa en la actualidad. En los entornos urbanos es casi imposible para ellos adaptarse a una vida alejada de los ritmos cíclicos de la llanura, y sufren elevados niveles de alcoholismo, paro y problemas de salud mental.
A estas dificultades se le suma el rápido cambio climático del Ártico. A medida que las temperaturas suben y el hielo de la península se derrite, libera a la atmósfera dióxido de carbono y metano —gases de efecto invernadero—. Para los Nénets, que aún son nómadas, sus tierras y rebaños siguen siendo de vital importancia para su identidad colectiva, lo cual está cada vez más amenazado.
La tribu Himba
Los Himba son una tribu enclavada en la región desértica de Kunene, Namibia, que sobrevivió al genocidio alemán a principios de 1904. Con una población estimada de cerca de 50.000 personas, sus habitantes se caracterizan por untar su piel con una mezcla de mantequilla, grasa y ocre rojo para protegerse de los insectos y del intenso sol. Viven en casas de hojas de palma, estiércol de ganado y barro.
En un entorno donde los hombres habitualmente se alejan para cazar y pastorear al ganado, las mujeres están a cargo de casi todas las tareas domésticas y del trabajo en la aldea: atienden a los niños, ordeñan vacas, acarrean agua y construyen sus hogares.
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Seminómadas, los Himba viven dispersos por todo el noroeste de Namibia y el sur de Angola. Cuando paran, viven en estructuras en forma de tipi construidas con barro y estiércol. Además, mantienen encendido un fuego durante 24 horas como tributo a su Dios, Mukuru. La riqueza se mide con el ganado, aunque la cabra es una pieza angular de su dieta.
Habiendo sobrevivido al genocidio de las tropas alemanas en la década de 1900, el pueblo Himba de Namibia ahora enfrenta una amenaza mayor a su forma de vida: la modernidad invasora. Un flujo constante de hombres y mujeres jóvenes ha optado por dejar la vida lenta del pueblo a cambio de un mundo moderno acelerado. Por ejemplo, cada vez más niños de esta tribu van a la escuela, una iniciativa que no gusta a algunos aldeanos, que han visto cómo la escuela cambia a sus hijos, al sentirse juzgados por ser diferentes. Por ello, preocupa que este movimiento eventualmente se convierta en el fin de la cultura Himba.
Kazaks, los cazadores de águila dorada
Los Kazakh —conocidos en español como Kazajos— son los descendientes de grupos indígenas turcos, mongoles e indoiranios y hunos que poblaron el territorio entre Siberia y el Mar Negro desde el siglo XIV.
Cada primavera, los kazajos, que son una etnia seminómada, comienzan su expedición a través de las montañas de Altai. Superan los 100.000 integrantes y son la mayor minoría étnica de Mongolia. Están fuertemente estructurados a través de roles de género tradicionales —los hombres cazan y las mujeres se hacen cargo de los niños y cocinan— llevan en sus viajes a sus ovejas, cabras, camellos, yaks y caballos.
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La característica principal de esta tribu es que, utilizan águilas doradas para cazar, siendo su principal medio de vida la cría de ganado. Además, su vestimenta está hecha con las pieles de las presas que capturan para protegerse de las bajas temperaturas. Los más jóvenes de esta tribu se convierten en cazadores a partir de los 13 años, una vez que demuestran que pueden soportar el peso de un águila dorada.
Sin embargo, en la actualidad, a causa de que la migración de los jóvenes a los centros urbanos, las mujeres comienzan a entrar, cada vez más, en las actividades tradicionalmente masculinas para mantener viva la tribu.
La tribu Yanonami
Los yanomamis son una tribu indígena que vive en las selvas tropicales del norte de Brasil y el sur de Venezuela. Con más de 9,6 millones de hectáreas, el territorio yanomami en Brasil es el doble del tamaño de Suiza. En Venezuela, los Yanomami viven en la Reserva de la Biosfera Alto Orinoco – Casiquiare de 8,2 millones de hectáreas. Juntas, estas áreas forman el territorio indígena boscoso más grande del mundo.
Durante siglos, los yanomamis, que suman 29.000 miembros en la actualidad, han habitado una vasta área de bosques vírgenes y grandes ríos serpenteantes en la frontera entre Brasil y Venezuela, viviendo de la pesca, la caza y la recolección de frutas.
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Los yanomamis entraron en contacto sostenido con forasteros por primera vez en la década de 1940 cuando el gobierno brasileño envió equipos para delimitar la frontera con Venezuela. Pronto se establecieron allí el Servicio de Protección Indígena del gobierno —como se llamaba entonces— y grupos misioneros religiosos. Esta afluencia de personas provocó las primeras epidemias de sarampión y gripe en las que murieron bastantes integrantes de esta tribu.
En la actualidad, los yanomamis siguen sufriendo los efectos devastadores y duraderos de la carretera que trajo colonos, enfermedades y alcohol. Hoy ganaderos y colonos utilizan la carretera como punto de acceso para invadir y deforestar la zona yanomami.
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Los yanomami corren el riesgo de perder sus tierras, su cultura y su forma de vida tradicional. El interés económico por el oro y otros minerales valiosos que se encuentran debajo de su territorio ancestral, ha atraído en los últimos años una ola de buscadores ilegales que talaron bosques, envenenaron ríos y trajeron enfermedades mortales a la tribu.
A su vez, la desnutrición infantil se ha disparado, ya que esta tribu, que en su mayoría son cazadores y recolectores, ya no pueden depender de su dieta tradicional y se han vuelto dependientes de alimentos importados con menos valor nutricional. Los casos de malaria también se han disparado en los últimos años, como resultado de que los cráteres abiertos llenos de agua estancada que dejaron los incursores y que se convirtieron en criaderos de mosquitos que transmiten la enfermedad. Solo en 2022 se registraron 11.530 casos confirmados de malaria.
Además, se estima que 15.000 de los habitantes indígenas del territorio indígena Yanomami se han visto directamente afectados por la minería, con niñas de tan solo 11 años atraídas al trabajo sexual con la promesa de comida y ropa. El abuso sexual de mujeres y niñas yanomami constituye una de las preocupaciones más graves, según los activistas. Por otro lado, el alcohol y las drogas traídas por forasteros causan estragos en las comunidades tribales, particularmente entre los jóvenes, creando rupturas generacionales y malestar social.
Editado por:
Soraya Aybar Laafou. Editora y analista especializada en África en LISA News. Politóloga y periodista interesada en los derechos humanos, la geopolítica y los procesos migratorios. Me apasionan las Relaciones Internacionales y observo con especial interés al continente africano. Soy directora de África Mundi, el primer medio de análisis sobre África en castellano.