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Los conflictos olvidados de 2022 (y que seguirán en 2023)

Análisis

Ana García De Paredes Dupuy
Ana García De Paredes Dupuy
Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos (URJC). Sus principales intereses son el funcionamiento de las Organizaciones Internacionales y su influencia a nivel global, así como la aplicación del Derecho Humanitario y el análisis geopolítico en el contexto de conflictos armados.

Este año, los ojos se han puesto en la guerra entre Ucrania y Rusia, pero la realidad es que los conflictos armados en 2022 han seguido avanzando en diferentes puntos calientes a lo largo del planeta. Las disputas armadas en Myanmar, la paz endeble en Etiopía o el histórico conflicto entre Israel y Palestina, han sido, aparte de silenciados, también olvidados.

A lo largo de este último año, el mundo entero ha reaccionado con horrores ante la invasión de Ucrania por parte de Putin. Gracias a la amplia cobertura mediática se ha podido conocer la actualidad del conflicto a diario, y la forma en la que los líderes políticos recurren a un orden internacional legal para intentar contrarrestar este acto de agresión injustificado.

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Durante las pasadas décadas, ha sido posible conocer la existencia y evolución de otros conflictos armados a través de los medios de comunicación, como fue el caso de Siria, ahora más olvidado. Sin embargo, el descuido de estas reglas y normas internacionales llevan socavado la paz y la seguridad desde hace años, en lugares que se extienden a lo largo de la totalidad del planeta, pero que resultan más desconocidos.

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1. Yemen, la división étnica

En Yemen, el conflicto armado está activo desde 2014, cuando un golpe de Estado intentó desplazar del poder al general Abdrabbuh al-Hadi, acción que provocó la escalada de la guerra y dividió el territorio entre los beligerantes.

Por un lado, están los rebeldes hutíes, autores del golpe, que hoy controlan el tercio suroeste del país, y cuentan con apoyo de Irán, Corea del Norte y Siria, y de la guerrilla libanesa de Hezbolá. Del otro lado, con el control de más de la mitad del país al centro y al noreste, están las fuerzas leales al presidente Al-Hadi, incluido el ejército yemení y un nutrido apoyo militar de Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Baréin, Kuwait, Catar y otros países de la Liga Árabe, así como algunos de la Unión Europea.

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Ocho años después, esta guerra civil de alcance regional aún continúa, pero lo hace bajo la sombra de otros conflictos y casi en segundo plano, a pesar de haber desatado una crisis humanitaria que no parece estar cerca de acabar.

Durante gran parte de los siglos XX y XXI, el país sufrió la inestabilidad política y la violencia, y a partir de los 2000 la situación empeoró. Primero con la presencia de células de Al Qaeda y luego con el levantamiento de los hutíes, una minoría chiita al norte que reclamaba más representación en el gobierno liderado por sunitas en 2014.

Un año más tarde, una coalición de países árabes liderada por Arabia Saudita intervino militarmente en favor del Gobierno de Yemen y contra los hutíes, que reciben apoyo de Irán. Además, Al Qaeda en la Península Arábiga continúa con sus operaciones, constituyendo una tercera facción. 

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La guerra de Yemen ha sido descrita como la peor crisis humanitaria del mundo, y es considerada tanto como un conflicto civil, que casi desintegra al país, como un enfrentamiento mayor entre Arabia Saudita e Irán.

Sin embargo, aunque el año comenzó con violencia, en abril ambas partes acordaron un alto al fuego a nivel nacional, el primero desde 2016. A través de las Naciones Unidas y Estados Unidos, buscaron el abastecimiento, con combustible y ayuda humanitaria, a las regiones controladas por hutíes. Sin embargo, esta tregua finalizó el pasado 2 de octubre después de que los hutíes rechazaran prorrogarla. 

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El futuro del país y del conflicto son aún desconocidos. Algunos expertos, como el analista político y director del Centro de Estudios e Investigación de Abaad, Abdul-Salam Mohamed señalan como, en general, la situación del Yemen en 2023 dependerá de “la variable regional e internacional, a pesar de la expectativa de todos para que acabe la guerra en el país”.

Y es que Yemen no depende solamente de sí mismo para lograr el fin de esta guerra. Otro grupo de analistas pronostican que la guerra seguirá también en 2023 como consecuencia de que las protestas que sacuden Irán, principal respaldo de los rebeldes chiíes hutíes, así como si las negociaciones para restaurar el acuerdo nuclear con el país persa fracasan.

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2. La paz endeble en Etiopía

Cuando el primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, recibió el Premio Nobel de la Paz en 2019, fue alabado como un pacificador regional. Sin embargo, en la actualidad, este mantiene su cargo en el contexto de una prolongada guerra civil que tiene el potencial de desestabilizar aún más la región más amplia del Cuerno de África.

Las tensiones llegaron a su punto álgido en septiembre de 2020, cuando los tigriña desafiaron a Abiy al seguir adelante con las elecciones parlamentarias regionales que él había pospuesto debido a la pandemia de coronavirus. Abiy calificó la votación de ilegal y los legisladores cortaron la financiación a los dirigentes del Frente Popular para la Liberación de Tigray (TPLF), lo que desencadenó en una serie de escaladas entre el gobierno regional y el federal.

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En noviembre de 2020, Abiy ordenó una ofensiva militar en la región norteña de Tigray y prometió que el conflicto se resolvería rápidamente. Dos años después, los combates han dejado miles de muertos, desplazado a más de dos millones de personas de sus hogares, alimentado la hambruna y dado lugar a una ola de atrocidades.

Sin embargo, un acontecimiento reciente ha dado un giro inesperado a esta guerra. Se trata del ambicioso acuerdo firmado entre el Gobierno de Etiopía y los rebeldes de la región norteña de Tigray. La firma, el pasado mes de noviembre, promueve el cese de las hostilidades y la protección de los civiles, aunque su implementación presenta muchos interrogantes.

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El acuerdo incluye importantes concesiones como el “desarme, desmovilización y reintegración” de los rebeldes tigriñas y la “restauración de la autoridad federal en Mekele (capital del Tigray)”. Así como la anulación de la denominación del FPLT como grupo terrorista por el Parlamento etíope y la interrupción de las operaciones militares federales contra los rebeldes.

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Además, el texto promete la que ha sido una de las principales demandas de la comunidad internacional desde el 4 de noviembre de 2020: “acceso humanitario sin trabas”. La región del Tigray ha sufrido durante la mayor parte de la guerra un bloqueo humanitario de facto con devastadoras consecuencias, según ha denunciado la ONU. Aunque el acuerdo supone un soplo de esperanza, su implementación aún presenta desafíos.

3. Israel y Palestina: el conflicto con participación extranjera

Un conflicto que no parece llegar a su fin, dado que cada cierto tiempo surgen nuevos brotes que lo impiden. El último ha sido la cuarta guerra entre Israel y Gaza en 2021, provocada por la amenaza de desalojo de los vecinos palestinos del barrio de Sheikh Jarrah. 

Este episodio, que vivió durante las jornadas de Ramadán, propició un acontecimiento sin precedentes entre la habitual violencia motivada por ambos bandos.  Por primera vez en décadas, los palestinos trascendieron su fragmentación para unirse no solo en Israel, también en Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza. Además, Occidente vio con ojos críticos el bombardeo acontecido por el país israelí.

Esta nueva ola de conflicto entre israelíes y palestinos se convirtió rápidamente en uno de los peores golpes de violencia entre las dos partes en los últimos años. Pero poner un freno al terror puede que no sea fácil, pues tanto factores políticos, como religiosos y nacionalistas, influyen en esta situación.

Uno de los detonantes principales de estas nuevas escaladas bélicas se remonta al año 2018. El entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció el reconocimiento Jerusalén como la capital israelí. Su declaración puso fin a casi siete décadas en las que la diplomacia estadounidense prefirió no alterar el precario equilibrio político que gobernaba la zona desde finales de la II Guerra Mundial. La decisión de Trump convertía a Estados Unidos en el primer país del mundo en reconocer a Jerusalén como capital de Israel, provocando un giro de narrativa en el conflicto.

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El estatus final de Jerusalén siempre ha sido una de las cuestiones más difíciles y sensibles en el conflicto entre Israel y Palestina. La decisión de Washington supuso una ruptura con el consenso internacional sobre la ciudad santa, lo que provocó protestas y la “reactivación” de un enfrentamiento que parecía estar contenido.

En 2022, más de 150 palestinos y más de 20 israelíes han sido asesinados en Cisjordania e Israel, el mayor número de muertes en años, según informó el coordinador de la ONU para el Proceso de Paz en Medio Oriente al Consejo de Seguridad. El año 2022 ha sido el más mortífero para la comunidad palestina en Cisjordania, incluida Jerusalén Este. La violencia en Cisjordania se ha recrudecido con una rápida expansión de los asentamientos israelíes y un fuerte aumento de las incursiones militares israelíes.

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Durante décadas, el conflicto palestino-israelí se ha agravado después de que la comunidad internacional no denunciara el incumplimiento sistemático del derecho internacional. Israel cuenta con aliados muy fuertes, siendo Estados Unidos el prioritario, lo que, junto al no reconocimiento de Palestina por parte de numerosos estados, propician este bloqueo.

5. La criminalidad de Haití

Haití está devastada por las continuas crisis políticas, las bandas y los desastres naturales. En julio de 2021, el presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado en su casa. Tiempo después, un terremoto destruyó parte del país. Desde entonces, el vacío de poder de Haití ha sido ocupado por líderes del crimen organizado, que desde el año pasado controlan algunas zonas de la capital, instaurando un reino del terror.

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Hoy, los delincuentes todavía controlan o influyen en partes de la capital, y los secuestros para pedir rescate amenazan los movimientos cotidianos de los residentes. El embajador de Haití en Estados Unidos, Bocchit Edmond, apuntó que el gobierno convocaría elecciones democráticas si la comunidad internacional interviene con asistencia militar en el país.

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Ante esta petición, Estados Unidos lideró la iniciativa con la esperanza de que se aprobara a finales de año una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) para enviar tropas internacionales a Haití. 

A pesar de que la propuesta de Washington, que fue seguida por otras similares, contó con cierto apoyo en el Consejo de Seguridad, algunos países expresaron sus reservas, señalando las recientes protestas en Haití contra la intervención extranjera y apuntando también a estos grandes problemas de la anterior fuerza de paz enviada entonces a aliviar al país. Por el momento, no parece contar con los apoyos suficientes para seguir adelante.

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Únicamente se ha aprobado un paquete de sanciones hacia las bandas criminales, pero la insistencia de algunos estados miembros de enviar esta fuerza militar conjunta perdura. Sin embargo, el consenso necesario para ello parece estar lejos de ser alcanzado. 

6. El Tatmadaw en Myanmar

El conflicto birmano se remonta al periodo colonial británico (1825-1948) tras las políticas expansionistas de Gran Bretaña y la entrada en el país de mano de obra musulmana procedente de la India. Los desequilibrios poblacionales alteraron el orden y la concordia entre los pueblos y aumentaron las disputas entre las etnias y el Gobierno central hasta que, en 1962, el golpe de Estado perpetrado por el Ejército nacional o Tatmadaw impuso un régimen militar que sentó las bases del actual conflicto.

En febrero de este año se produjo una sublevación militar en el país de Myanmar que derrocó al gobierno democrático de Aung San Suu Kyi y sustituyó por una junta militar, que ha tomado medidas restrictivas como la cancelación del acceso a Internet.

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A raíz de este evento, los grupos armados del país han optado por distintas estrategias. Algunos se han adaptado, otros han preferido mantenerse al margen mientras que un tercer grupo, los Tatmadaw, ha escogido enfrentarse al ejército.

Sin embargo, el grupo de los Tatmadaw se ha duplicado y en las zonas rurales cuenta con nuevos grupos de resistencia cuyo objetivo consiste en dejar sin fondos, alimentos, inteligencia y reclutas al bando insurgente. 

La represión ejercida por el Ejército nacional alimenta una resistencia generalizada que roza los enfrentamientos armados. El Tatmadaw detiene, ejecuta y tortura a los opositores. Los líderes que habían sido elegidos democráticamente se enfrentan a un futuro “devastador”, según International Crisis Group, llegados a ser condenados hasta a cadena perpetua.

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Sin embargo, el régimen se encuentra en una posición incómoda y es consciente de ello. Actualmente, es crucial que los Gobiernos presionen a los militares para que cedan en sus pretensiones políticas. Quizás el Tatmadaw no salga derrotado en el campo de batalla, pero el empuje y el aislamiento internacional podrían socavar sus aspiraciones, forzándole a negociar.

Aunque sería deseable una mayor participación de la ONU, los poderes de veto de China y Rusia descartan, por el momento, cualquier resolución contra el régimen, impidiendo medidas de mayor calado. Sin embargo, su presencia a través de agencias como ACNUR, resulta vital para implementar los programas de integración y aceptación social de minorías.

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